sábado, 10 de abril de 2010

Lucas, su mundo

Hacía tiempo que Lucas estaba intentando contarme aquella noche. Nunca me lo dijo, pero no hacía falta ni una palabra de aviso, ni una pequeña introducción para que me diese cuenta de que me quería contar. Lucas se calentaba el té, se sentaba en el sofá, y empezaba a mirar sin ver, simplemente buscando en su cabeza ya no las palabras, sino eso que quedaba detrás de ellas que le hacía sentir aquello que no podía explicar. Y entonces me miraba, pero sin mirarme a los ojos. Me miraba las manos, mis zapatos, la arruga de mi camiseta entre mi brazo y mi pecho. Y seguía sin decir nada. Y entonces cogía los libros de siempre, sabiendo que tampoco le servían porque aunque me leyese algún trozo, el no leía lo que yo escuchaba. Sabía que las palabras nunca tienen lo mismo detrás, nunca insólito será insólito para Lucas, ni sorpresa será sorpresa, ni genial vendrá de genio. No podía contarme esta vez como fue.

Esta vez lo imaginé yo, mirándole a él, pero no mirando sus ojos sino donde se refugiaba, donde buscaba para poder recuperar por poco que fuese aquello que vivió.

Lucas salió del metro para comprobar que en eso de amar todo momento esperado no deja de sorprender cuando por fin llega. Ella mentía fatal, y él fingía casi peor. Los dos sabían dónde iban, pero no les importó dejar pasar un poco el tiempo. Ese día, y esa noche, el tiempo no corría por los relojes. El tiempo se media en luz y corría con el sol y la luna. Entonces había sol, y fueron a buscar unas notas perdidas en un piano andrajoso. Hacía muchísimo tiempo que Lucas no hacía sonar un piano, y de pronto lo volvió a sentir. Y lo que sintió no fue la armonía genial de Beethoven y su claro de luna, fue el abrazo que ella le dio mientras tocaba, por la espalda, y que le hizo caer el tempo y se le fueron los dedos. Ella no sabía que era una de las cosas que más deseaba Lucas, uno de esos momentos en los que sentía que el mundo no era más que ese abrazo por la espalda.

Salieron todavía con sol, pero el tiempo no importaba. Se miraron y se preguntaron hacia donde iban a perderse. Nadie dijo nada, entonces ella metió la mano en su bolsillo, le cogió la mano a Lucas, y le dejó una llave. Nada decía en ella, ninguna pista de qué abría. Pero por supuesto no hacía falta.

Lucas encontró al otro lado de la puerta un mundo entero, un mundo en el que estaba todo lo que llevaba años buscando sin darse cuenta. Y digo sin darse cuenta porque no lo hizo hasta que entro y vio todo lo que había en esa habitación con ella en la cama. Cada nota de color era una ventana insólita por la que se escapaba el mundo y ellos con él, y les llevaba donde querían llegar. Y cada mirada por la ventana le recordaba a esos días en los que se sentaba delante de ese mundo a sentir el momento en el que todo empieza, pero entonces lo miraba desde el otro lado, desde donde todo empieza. Y vio en cada nota sus ambiciones, y se giraba, le miraba, y las sabía cumplidas. Pensó que todo había salido de ella, que esa ventana estaba abierta cuando entró, esas notas estaban colgadas cuando entró, y escritas y vividas, la llave de ese mundo se la dio ella, la música que sonaba, la bebida que bebía, la comida que comía, había tenido que ser ella. Lucas siempre quería más, por eso siempre sintió que no encontraría un mundo que tuviese todo lo que quería. Pero en aquel tiempo de sol y luna no quiso salir de ahí, y sintió que ese mundo siempre tenía más, y que ese mundo era ella, y con ella todo lo demás.

Lucas la abrazó, y respiró jadeante el aire viciado que dejaba y recuperaba entre su cuello y su pelo. Sabía que ahí estaba ese “Aleph”, ese rincón de su cuello donde estaba todo, donde veía todo eso que vivía, y que no quería abandonar. Lucas cerró los ojos, ¿quién abre los ojos cuando sueña? Lucas no los abrió y sigue soñando con su mundo en ella, y con ella.

Lucas seguía en el sofá con los libros, yo le seguía mirando, pero no a los ojos. Miraba dónde se refugiaba para recordar todo eso. Y se refugiaba en el sueño, porque tenía los ojos cerrados y por eso no me miraba.

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