miércoles, 30 de junio de 2010

Lucas, lo poco que sabía llorar



A Lucas le costaba llorar. Las lágrimas no eran habituales en sus ojos. Era más de nudos en la garganta, y de hacerse el fuerte, aunque con resultados a veces muy sorprendentes para ser una ficción. Lucas tenía seguridad, confiaba en sus convicciones, en sus intenciones y en sus sentimientos (que palabra tan manida pero que bien utilizada en esta ocasión).

Aún así sabía que en ese momento los lagrimales no conectaban con ningún centro racional. Es más, por mucho que intentasen convencerse, la situación no podía racionalizarse. Lo que iba a pasar no era natural, pero las batallas con el tiempo eran un tira y afloja en los que después de un largo pulso ese hundir las manos en tus rizos volvía. Sabía que este tipo de cosas que no se pueden ni quieren comprender tenían su lugar en el tiempo, tan caprichoso en tu ausencia. Pero también sabía que el tiempo desaparecería, se diluiría entre los rizos y las caricias, y que entonces se podría comprender que es imposible de entender. Con todo, Lucas se plantó de frente ante la irracionalidad. Dispuesto a todo, sin temores ni rubores, pero sin ganas de dejarte ir.

Todo fue muy rápido. Los besos salados no hacían más que negar las lágrimas, Lucas te apretaba fuerte, y con eso dejaba escapar toda la rabia contenida. No dio tiempo a mucho más pero no veía el momento de dejar de andar a tu lado. A Lucas le costaba llorar, pero se dio la vuelta y dejo de andar mientras tú sonreías del otro lado. No lloró pero al dar el primer paso hacia donde no estabas tú, una pequeña gota de agua salada empezó a correr mejilla abajo, una mejilla apretada y tensa por el nudo de la garganta, y una garganta que se esforzaba para poder coger aire profundamente para suavizar su dolor.

Lucas sintió el sabor de su lágrima, no quiso nunca secarla, ni limpiarla, quiso dejarla en su mejilla. Y dicho esto, Lucas no sabía cómo terminar, pero si como no terminar…y no terminó llorando, sino riendo contemporáneamente.

sábado, 12 de junio de 2010

Lucas, sus variables



La tercera variable eres tú.

miércoles, 9 de junio de 2010

Lucas, sus desafios al tiempo


Lucas vivía contra el tiempo. Pasaba los días intentando pensar que no pasaban, pasaba las horas despreciándolas, viviendo en otro ritmo que no era el de los relojes. Pero aún así, a pesar de sus empeños al llegar la noche sin casi percatarse, miraba la hora antes de acostarse y las revelaciones de un reloj descorazonado le robaban la última sonrisa para entregarse a una leve preocupación del tiempo. En la cama se daba cuenta que el tiempo pasaba más de lo que debería, que las noches tiraban muy hacia dentro sin que nada hubiese empujado, que sus ojos se abrían soñolientos sin motivo aparente, y todo por culpa de ese reloj.

Lucas se metió una noche más a la cama, se cubrió tímidamente con la sabana, y alargo el brazo para ver el reloj. Nunca llegó a él, un brazo se le posó en la cintura, sintió que algo se acurrucaba en su espalda y le susurraba aliento al cuello. Con el brazo a medio camino, extendido y suspendido en un aire entre la eternidad y la fugacidad, retrocedió hasta alcanzar ese brazo. Se dio media vuelta, miró esa cosa que estaba acurrucada, sonrió porque sonreía, la abrazó porque le abrazaba, la quiso porque le quería y la amó porque le amaba.

En esa noche su brazo se quedó con la eternidad, y el tiempo se quedó como un verdugo en un campo de margaritas. Esa noche Lucas no tuvo leves preocupaciones, solo vio que afuera era de noche, la luna insinuaba lo que empezaba a creer y que allí estaba a salvo del tiempo.