miércoles, 19 de enero de 2011

Lucas, sus carreras




Lucas notaba la temporada que había pasado con las posaderas quietas y los ojos corriendo de un lado a otro como hormigas agitadas por hileras de letras. El corazón le iba a mil, le faltaba aire y las piernas le pesaban como esas imágenes de aberraciones que se empeñan en ningunear y menospreciar.

Lo curioso del caso es que a Lucas no le perseguía nadie, ni llegaba tarde a ningún sitio. Iba por una calle estrecha, ahora por un jardín, saltando las barandillas y los columpios, esquivando a las gentes que perplejas veían a un muchacho dar zancadas que escapaban a toda lógica, ahora por una gran avenida, por una acera atiborrada de gente que andaba lo suficientemente lento como para no sentir el vértigo de ser un bicho raro que agita todas las melenas enlacadas y choca contra todos los maletines de señor, y lo suficientemente rápido para no saborear la tranquilidad de saber los pasos decididos y serenos y tu destino elegido con soberano apetito. Lucas recuerda con especial cariño la carrera que se dio con un perro que al verlo pasar le dio un relevo, y le saludó con un par de ladridos. También recuerda a una niña que se echó a llorar. Recuerda la cantidad de episodios fugaces que vio entre sus exhalaciones exageradas. Las miradas reprobatorias, las otras cómplices, los semáforos caprichosos, y los semáforos amigos, las bicicletas de referencia, los perros juguetones, su música que a veces iba al compás de sus pasos.

Seguía corriendo, ya casi sin fuerzas. Sabía dónde iba, pero no muy bien por qué corría. No llegaba tarde, simplemente llegaba. Corría, sin mirar atrás, nunca. Corría y llegaba, y eso le sobraba. Corrió, y terminó de correr, y entonces llegó.

¿Quién iría sin correr cuando se llega dónde Lucas llegó? Donde mirar atrás no tiene sentido, porque delante…

lunes, 17 de enero de 2011

Lucas, su cabeza




A Lucas le dolía la cabeza. No sabía por qué. Resfriado, nervios pinzados, jaqueca. Nunca le había dolido tanto. Echaba la vista atrás, e intentaba buscar la causa, una pista de por qué su cabeza parecía que iba a estallar en un momento u otro.

Empezó el ejercicio de mirar atrás, en el pasado inmediato, y descubrió lo que remotamente llegó a temer. No le dolía la cabeza. Era él quién se daba en la cabeza por que se negaba a aceptar que te marchases y que tenía que volver a estudiar.

Lucas decidió seguir dándose a la cabeza. No le importaba cuanto doliese, o cuanto perdiese. Solo quería que cupieses tú, y que no te marchases de ahí.