domingo, 14 de septiembre de 2014

Lucas, su hora

      Lucas, ¿qué esperas?
Bill estaba sentado de frente a un Lucas consumido por el anhelo, con los ojos cansados de buscar entre caras desconocidas, y las cejas ligeramente levantadas como en un gesto eterno de levantar los hombros con resignación. La apatía y la euforia se alternaban a intervalos caprichosos, y era incapaz de cualquier planificación de su existencia, se sentía incapaz para la proyección de un futuro que para él ya no existía.
      Nada, Bill. De verdad que ya no espero. Tal vez solo quiero que el tiempo lo cubra todo de polvo. Me siento vencido. Alejado de todo.
      ¿Y qué tal si dejas de recurrir a sitios comunes y me hablas de lo que te pasa por la cabeza?
      Joder Bill, eres un encanto como confidente.
      Gracias, pero a mi no me vas a impresionar con tus ojitos perdidos.
      Digo de verdad que no espero nada.
      ¿Y qué haces aquí sentado?
      Tomar un café contigo, creo que me viene bien para que se me pase la apatía… ¿Sabes? De repente suena Vivaldi mientras leo, o se me cruza una chica en bicicleta mientras salgo a dar un paseo y pienso que la sonrisa que se me pone en la cara es un síntoma de curación, de haber dejado atrás el estado de apoplejía. Pero después del Allegro viene un Largo o un Adagio, y la chica pasa rápido y no queda más que una estela perfumada, y el imborrable recuerdo de ella.
      ¿Te fastidia recordarla?
      Creo que no. Pero no sé si es más una creencia fruto de mi voluntad, o una realidad. Me quiero pensar como un tipo fuerte, quiero creer que recordarla y añorar es más bien una decisión proactiva, no querer renegar de una parte tan importante de mi. Pero he de reconocer que no siempre es así. Su recuerdo a veces me asalta como la sensación de haber olvidado algo importante en los aeropuertos. Cuando esto es así me descubro dando manotazos al aire como queriendo alejar un perfume, o como queriendo forzar que el ridículo espantoso que hago mientras me muevo así despeje mi cabeza de la densidad de su recuerdo.
      No te veo dar manotazos.
      No seas palurdo Bill.
      Creo que te sigo. ¿Entonces quieres decirme que a veces te dedicas a recordar?¿No eres un poco agonías?
      ¿Recuerdas cuando tenías veintidós años y merendabas crêpes de Nutella todas las tardes?
      ¿A qué viene eso?
      ¿Lo recuerdas, o no? ¿No te gusta volverte a ver ahí, cobijando el crêpe entre los guantes para que no se mojase de aguanieve?
      Cada vez que meriendo un triste trozo de pan o un vaso de leche.
      Bienvenido a la agonía consciente de la que me hablas...
      Pero no es lo mismo. No me vengas ahora tú con tus sandeces y tus jueguitos de palabras.
      Nos cobijábamos del aguanieve acurrucándonos el uno contra el otro por P…
      Corta el rollo hombre.
      Perdona. Este ha sido de los de aeropuerto.
     
     
      Bueno, volviendo al tema. No eres capaz de quitártela de la cabeza. Y dices que no esperas nada. ¿No hay algo que se contradice? ¿No deberías hacer algo para salir de esta paradoja?
      Bill, creo que seguir así ya es fruto de una decisión. No hacer nada ya es decidir no hacer nada. Pero también es verdad que detrás de esta verborrea hay muchas cosas que la desmienten.
      Dale.
      He intentado algunas cosas, pero me he comido la ilusión con patatas y he tenido que volver con el rabo entre las piernas a casa después de destrozarme la cara contra la pared una y otra vez. No hay evidencias en una situación así. Las señales más sólidas son de vapor, y todo queda en nada al día siguiente. A días alternos me convenzo de que no todo está perdido. Me pongo a mirar la cartelera, las obras de teatro, los conciertos, las exposiciones, y todo me parece pretencioso, demasiado escenario para una nueva aproximación, y entonces me intento convencer de que un café (absurdo por otra parte, porque no toma nunca café) es la opción más acertada. Todo tiene que parecer casual, yo tengo que parecer despreocupado por la cita, como si tomara café con mis compañeros de piso, o con mis amigos de mis años de estudiante, pero todo el engaño es muy burdo y quedo delatado antes de empezar a hablar. Entonces me pongo nervioso y toda la seguridad se desvanece, me siento desnudo ante ella. No hay manera de decir que todavía no se me ha agotado la imaginación. Y eso me preocupa, porque tal vez esto sea un síntoma de que efectivamente sí se me esté terminando.
   ¿Y cuantos desnudos más vas a necesitar para darte por vencido?¿Cuantas veces más vas a necesitar ver la evidencia de que hay algo roto?
      No sé responderte. Siento que de repente llegará un día  en que me apetezca gritarle a la cara que voy a necesitar dos vidas para poder olvidarla. Llegará un día en el que este reloj color camel me moleste en mi mano, y la rabia me ciegue y queme los libros, y reniegue de mi nombre y todo lo que significa, y me vuelva un cínico y juegue a no creer en el amor. Será otra impostura más, otra careta que asumiré sabiendo que lo haré mintiendo y traicionándome. Pero creo que esa es la única manera de cambiar esto. El día en que no pueda mirar la hora, mi hora, todo habrá pasado.
Bill no volvió a tomar la palabra. Cogió el brazo de Lucas, le quitó el reloj y lo dejó en la mesilla. Llamó al camarero, dejó un billete que superaba con creces el precio de los cafés, pero no esperó el cambio. Salieron mirando el cielo como extrañados de la luz que todavía le quedaba al día pese a ser ya casi las 8. Anduvieron en silencio 10  minutos. Lucas miró con una sonrisa de disculpa a Bill.
      Creo que me apetece estar solo Bill. Luego os alcanzo en el Melos. Hemos quedado con las chicas a las 9, ¿verdad?
      9:30. Pero Lucas, no llevas hora, no vas a llegar.
Lucas miró a Bill compadeciéndole, le sonrió, y ya dándose la vuelta le dijo: – Creo que le hemos dejado demasiada propina al camarero…