sábado, 22 de mayo de 2010

Lucas, sus susurros

A Lucas le entró el sobrecogimiento que sentía un día que pasaba por delante de los bistrós de la rue Ramboteau. Llovía sin muchas ganas y con miedo, y mientras pasaba apegado a las mesitas que custodian la primera línea de la acera, Lucas escuchó el desfilar de palabras que su correr le iba dejando en las orejas.

Había tantas, tan distintas, tan pesadas algunas, otras tan evaporadizas, agudas, graves, roncas, dulces, fuertes, susurrantes, sinceras, socarronas, altivas. Entonces le entró el sobrecogimiento del que antes hablaba. A saber: ¿cuantas palabras pronunciadas por cualquier boca o leída en cualquier escrito pueden haber en un día en todas las historias cuotidianas que se viven a través de ellas en este mundo? Lucas tuvo que pensar y repensar varias veces como hacer la pregunta que al final hizo así. Concluyó que muchas, evidentemente no podía ni imaginar hacer un cálculo imaginativo, al fin y al cabo sería tan postizo contar con números las palabras…

Pero aún así Lucas continuó, y pensó que esas “muchas” y distintas palabras pronunciadas en un día, multiplicadas por la existencia de la oralidad, la escritura y la literatura en definitiva (tal vez la literatura existió antes que las otras), daban “muchas” más. Lucas siguió con sus cálculos, y consternado por tal cantidad de palabras, “muchas”, se quedó todavía más contrariado al pensar que no había palabras suficientes todavía, que la combinatoria de tantas palabras y tan diferentes (infinitamente mucho más grande que “muchas”) no eran suficientes para sacarle a Lucas todavía tantas cosas que tampoco sabía si quería decir, pero si pensar.

Al fin y al cabo pensamos con palabras, pero no hay palabras que le puedan hacer pensar con aquello. Solo lo sentía. Como pensar sin deformar lo que sintió cuando el susurro de una canción le llegaba a los labios. Y Lucas sigue sintiendo, sin saber que palabras poner, por “muchas” que haya.


miércoles, 12 de mayo de 2010

Lucas, sus pocas palabras



No sabía cómo decir, hacía mucho tiempo que Lucas miraba y callaba porque no sabía cómo decir.

Buscando encontró algo que tal vez dijese eso que quería decir: soy feliz. Y era feliz como nada, por eso no había metáforas que le acompañasen, ni contrapuntos, ni segundas voces, solo una felicidad que le caía encima. Pero esas palabras…

“Decían algo absolutamente insignificante o algo capaz de desquiciar una vida: no era posible saberlo, y eso le gustaba a Lucas”.