viernes, 29 de enero de 2010

Lucas, sus complicidades


…Pero Oscar la besa en el pelo y tiene como una vaga sensación de felicidad, a lo mejor es solamente la medialuna pero también la luna llena, la máquina implacable de los juegos de palabras abriendo puertas y mostrando zaguanes en la sombra…

El Libro de Manuel, Julio Cortázar

Un día cualquiera Lucas leyó eso, no de cualquiera. Le salió una sonrisa de complicidad. No le hacía falta nada más. Ahí lo tenía todo, en la complicidad sobraban las explicitaciones. Todo era esa palabra, esa luna llena.

domingo, 24 de enero de 2010

Lucas, sus desánimos



A Lucas siempre le había gustado escribir sin pensar, y si lo que le impedía escribir era pensar en que no sabía cómo escribir todo lo que pensaba, escribía eso y dejaba de pensar.

Aunque en realidad tampoco era algo tan sencillo, Lucas se lo hacía creer así, y así la tensión del blanco se diluía en la serenidad de una hoja manchada de letras. No decía nada, pero para él lo decía todo. Tantas preguntas sin respuesta, tantos pensamientos extraños, culpas, disculpas.

En realidad lo que le pasaba a Lucas, aunque a él le pareciese una locura física, además de una fatiga mental, o al revés, era el sentir callado, el no atreverse nunca a quitarse esa mascara de tipo tranquilo, de tipo sensato que no se metía en líos. Había ya demasiadas incertidumbres e interrogantes en su vida como para no darse cuenta que posiblemente era la hora de quitarse esa careta, y enseñar que tenía lágrimas arrastradas por toda su mejilla, que sus ojos a veces no podían aguantar tus ojos, que a veces las palabras le dolían, y otras le ardían. Que era capaz de sentir y callar por miedo a que al hablar el sentir quedase prohibido.

Pero también en verdad ¿eso para qué? Tal vez su opción era la del principio, escribir sin pensar, vivir bailando de pregunta en pregunta, sin esperar bailar lo suficiente con ninguna para que le den una respuesta. Al fin y al cabo, mírale…esa máscara le esconde bastante mal. Se le ven los labios temblar.

viernes, 22 de enero de 2010

Lucas, su barba



Lucas desde muy pequeño soñó con esto. Con estos días y estos tiempos que vivía. Sabía que crecer era inevitable. Que iba a dejar de buscar en las personar una pelota para jugar, o una puerta cerca de su casa para poder salir a la calle y echarse las tardes con muñequitos e imaginación corriendo un tour, o salvando el fuerte Livingston.

Nunca vio el crecer como una amenaza. Como una carga pesada. Hacía mucho que estaba preparado, lo tenía todo pensado. Dejaría de desear las pelotas y los fuertes y se interesaría por las personas; dejaría de desear las tardes para desear las noches; dejaría de desear la compañía perpetua para disfrutar de la soledad, de sí mismo; dejaría de desear los juegos con reglamento y tarjetas rojas para jugar a juegos inventados y sin árbitros.

Parecía muy fácil, sin complicaciones, una evolución sin volante, ni marchas. Le llegó el momento en el que le volvieron esos planes de pequeño para estos días y estos tiempos. Y pensó que los juegos así son tan peligrosos que llega el momento en el que te pierdes en él, que la soledad a veces ahoga y que la noche puede hacerse muy larga, y sobre todo, que maldita sea, ni tan siquiera la barba que tenía tan pensada terminaba de salir.

jueves, 14 de enero de 2010

Lucas, su hipótesis de cómo fue



Muchas veces me había contado esa historia, pero nunca era igual. Supongo que cuando se siente tan intensamente todo pierde el sentido, la forma, el color, el tiempo y el sitio, incluso el nombre de lo que era, para convertirse en esos ojos que miran quién sabe dónde cuando explica la historia.

Lucas me volvió a contar la historia de su gran amor esta noche. Esta vez fue “No greater love” al piano de Earl Hines el que lo llevo hasta la ventana. La entrada del piano y el contrabajo, pidiéndose la mano para un baile que arrancaba la batería, anunciaba perfectamente lo que iba a venir.

[...]

En sus años en la facultad, como siempre, según contaba, Lucas desatendía al profesor para planear sus citas con sus amigos. El concierto de Brad Mehldau, el crêpe de las 3 del viernes, la cerveza negra de los jueves, la película del lunes en la filmothèque. La clase era un lunes por la mañana, así tenía por delante toda una semana que organizar. Cogió una hoja por día y se dispuso a escribir. Cuando tuvo toda la lista completa, se dio cuenta de que era una tontería esa lista, ya que si la había completado sin consultar nada, es que tenía todas las citas memorizadas. Así que se puso a escribir citas de cosa ya leídas, en cada día. No tenía ninguna relación pero le vino así.

Lunes: “Tal vez, esperar algo no disminuye la sorpresa cuando por fin llega”. 18:30 Filmothèque.

Martes: “Estaba un poco enamorado de ella. Si es que se puede decir que uno está un poco enamorado”. 22:00 Shainez.

Miércoles: “Asentí. De momento todo siguió igual. Estabas esperando. Me encanta tu forma de esperar, me encanta cómo escoges el momento”. 21:00 Caveau de la Huchette.

Jueves: “Al amor, cualquier tipo de amor, le encantan las repeticiones, porque desafían el tiempo. Como lo hacemos tú y yo”. 18:00 Les Papillons

Viernes: “Le leeré unas líneas pero sin traducirlas. Oirá mi secreto sin que deje de ser un secreto” 15:00 Crêperie Censier

Lucas, con esta extraña mezcla de citas en citas, y debido a los 10 minutos de clase que todavía restaban, se dedicó a hacer aviones de papel. Probó nuevos diseños, innovo en las alas, la aerodinámica, y finalmente terminó la clase. Aliviado, recogió todas las cosas, y se disponía a salir de la clase cuando vio la ventana abierta. Entonces cogió su último diseño nunca probado y lo lanzó hasta que lo perdió por detrás de unas chimeneas humeantes. Realmente bueno, ¡funcionaba! Y se fue.

Paso el lunes con la visita a la filmothèque, pasó el martes con un té menta en Shainez, y vino el miércoles: Brad Mehldau en concierto en Le Caveau de la Huchette. Lucas llegó pronto con su amigo Leo. Estarían de pie, pero estaban bastante cerca del pequeño escenario. Todavía eran las ocho y media. Faltaba media hora par la actuación. Así y todo la sala estaba llena, y ya solo faltaba esperar a que empezasen estas dos horas que venían llenas de ritmo y sutilezas. Empezó con “ very thought of you”, y con eso ya dijo bastante.

La actuación fue genial, pero el concierto tuvo un bis. Una versión de “No greater love”. En ese momento, en el que todo el mundo mira el programa con tal de ver dónde figura esa melodía y así ponerle nombre, Lucas se fijó que un poco más adelante había una chica que parecía conocer lo que escuchaba, que no miraba el programa como todo el mundo, sino que miraba un papel doblado que tenía entre las manos, mientras escuchaba un piano que le dolía al igual que le extasiaba. Lucas estiró el cuello, le vio la cara de lado, y no pudo dejar de mirar sus ojos por un rato. Cuando por fin lo consiguió, dirigió la mirada hacia sus manos, y se dio cuenta de que ese papel que tenía en las manos era un avión de papel. Era su avión. Trató de recordar que escribió en la hoja, pero no recordaba. Sabía que una cita acompañaba ese avión, además de una hora y un lugar.

Le dijo a Leo que se fuera sin él, se adelantó hasta alcanzar el lado de la chica, y justo antes de que el público estallase en un gran aplauso, le susurró a la oreja: “Hola, soy Lucas...”, la chica se giró sobresaltada, pero cuando unos ojos chocaron con los otros, ya nada más hacía falta añadir que las últimas notas de "No greater love", y el largo aplauso que les siguió. Cuando salieron de le Cave de la Huchette, ella le dijo: “Fue un buen momento, tenías razón...”.

[..]

Lucas terminó su historia sentado alrededor de la mesa. Seguía mirando la ventana. Yo sabía que esa historia era falsa. La única verdad en todo ese relato era el nombre de ella, que seguía sin nombrar. Pero cuando se siente tan intensamente...qué más da cómo fue, si los ojos de Lucas siguen mirando hacia ningún lugar recordando. La historia que me contó eran esos ojos que miraban los de ella desde mi ventana esta noche.

viernes, 1 de enero de 2010

Lucas, su Año Nuevo



Qué grande es la diferencia entre la esperanza y la expectación. Al principio creía que tenía que ver con el tiempo, que la esperanza era aguardar algo más lejano. Me equivocaba. La expectación tiene que ver con el cuerpo, mientras que la esperanza tiene que ver con el alma. Ésa es la diferencia. Las dos conversan, se animan o se consuelan, pero sueñan cosas distintas. Y he aprendido algo más. La expectación del cuerpo puede durar tanto como cualquier esperanza. Como la del mío, pensando en el tuyo. Expectante.

A’ida a Xavier. De A para X, John Berger

Qué bonita palabra para empezar un año: Expectante. Después de un sprint frenético para recuperar una uva retrasada por un ataque de risa, Lucas se pidió una buena dosis de consentidas expectativas y esperanzas. Y deseó a todos sus respetados y admirados otra más.

Feliz 2010 a quienes después de otro año sigan creyendo en las palabras, y sobre todo en las personas que las usa para decir lo que ellas no saben decir!