martes, 12 de julio de 2011

Lucas, sus pudores



Lucas callaba palabras. Costaban poco y parecían infinitas: alguna trabada de lengua, alguna palabra a deshoras, pero siempre estaban disponibles para ser disparadas a los tímpanos que más cerca se pusiesen.

Lucas había pasado un tiempo en el que hablaba sin pensar, las palabras eran cosa suya y no estaba dispuesto a pensarlas ni a censurarlas. Escribió, habló, opinó, discutió. Sintió que las dominaba, sintió que sabía lo que hacía, lo que decía. Dueño de las perras negras que mordían, hacían retroceder, guardaban el secreto de su cabeza con celo y rabia. Pensó que podía dar lecciones. Pero un pequeño hilo del camal del calzoncillo colgaba y lo pisó, quien sabe el día. Se quedó desnudo ante sí. Se vio mintiéndose a sí mismo, creyéndose lo que escuchaba salir de su boca sin pensar, como si fuese otro el que le hablase y le convenciese. Se vio acorralado por sus propias perras negras, sus propias cabezas hidra vuelta contra él mismo. Hablando de lo que no sabía, hablando de lo que no le importaba, hablando de lo que no quería contar.

Asumió su condición con vacilante inexperiencia, pero con convencido silencio al paso del tiempo. Lucas se metamorfeó (este un ejemplo) en otro tipo, con la hidra resuelta, las perras con bozal y pensando, midiendo, contando y evitando las palabras. Esas hormigas tipográficas le importaron demasiado en poco tiempo. Muy pocas cosas eran dignas de ser dichas, todo pasaba por su cabeza sin teclear ni lengüear. Sentía pudor por haberse descubierto enrocado en posturas indefendibles al abrigo de las palabras, sentía miedo de su traición, sentía desconfianza por la inexactitud en sus traducciones. A la vez, sentía el vértigo de las cosas dichas, como si el halo de aliento de Lucas fuese denso y el viento dejara las palabras clavadas para siempre.

Lucas callaba palabras. Siempre rodeado de ellas sin saber escoger, siempre pensándolas, combinándolas dentro sin atreverse a mandarlas a paseo. Siempre le tuve que preguntar 3 veces, o 4, o 5 veces. Y cuando me volvió a contestar: bien, supe que callaba palabras, pero contaba sueños.