martes, 28 de septiembre de 2010

Lucas, sus aprendizajes





En un lugar no muy lejano y en un tiempo no muy remoto, había un aprendiz de poeta que vivía apasionado por los versos y las palabras. Todavía no dominaba la pintura de los caracteres y la música de las letras, pero había descubierto algunos autores que no paraba de leer y que no paraban de revolver su consciencia y sensibilidad.

Soñaba con llegar a escribir algún día unas frases, unos versos capaces de esconder en un lugar tan fugaz una sonrisa cómplice de felicidad, una lágrima de sutilidad sobrecogedora, una mirada perdida al infinito como un “ayúdame a mirar” o un “desdúdame, desnúdame”.

Muchas veces lo intentó pero siempre abandonaba el papel descorazonado y volvía a sus autores para encontrar consuelo en un “es más fácil ver que contar lo que se ha visto”. Entonces volvía a sentir eso que debía ser como si cada célula abriese los ojos y viese la boca joven y roja que le acababa de besar y despertar. Eso que tantas veces había querido cifrar, y parecía imposible.

Un día no muy remoto, de un lugar no muy lejano, el aprendiz buscaba más que nunca encontrar esas palabras. Tenía muy cerca la boca joven y roja que tantas veces había creído ver en las frases de sus autores preferidos. No le salieron, como siempre, pero esa vez sintió eso que debía ser abrir los ojos y ver esa aboca joven y roja que le acababa de besar.

El aprendiz ya no quiso ser poeta, el aprendiz quiso y sigue devorando las palabras de sus autores favoritos donde está esa boca joven y roja más que nunca.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Lucas, París ahora que ya...

Lucas no entendía por qué ahora. Ahora que París quedaba casi tan lejos como París, Lucas pasaba en ella más horas que nunca.

Sentía la necesidad de conseguir por un momento la prosa de El invierno en Lisboa de la mano de Antonio Muñoz Molina. No sabría explicar por qué este libro y esta noche. Tal vez porque Billy Swan, como Johnny Carter en El Perseguidor, eran como el relámpago silencioso que resultaba Bill Evans sobre el recuerdo de París. “Hay ocasiones en las que uno tarda una fracción de segundo en aceptar la brusca ausencia de todo lo que le ha pertenecido: igual que la luz es más veloz que el sonido, la conciencia es más rápida que el dolor, y nos deslumbra como un relámpago que sucede en silencio”.

Esa canción, All mine. Cada vez que la escuchaba paseaba por la quai del Sena de noche, de esa manera en que uno vuelve a las ciudades en sueños, y pasea por ellas de la mano. Entonces Lucas no recordaba tantas historias, sino que era irracionalmente atrapado por ellas, como siempre le pasaba con esta música, sin dejarle la posibilidad de dormir, o callar, o dejar de amar.

Sabía y suponía esa ciudad, casi la misma, soñada, paseada y visitada por más gente de la que pudiese exagerar. Incluso él había compartido y descifrado sus luces y calles para esas buenas sonrisas que le habían ido a buscar por unos días en su mundo. Pero al mismo tiempo sabía y sospechaba que su ciudad fue tan única como un primer beso a la luz de unas farolas de Place de Clichy. No pudo enseñar lo que vivió y sintió, ni tan siquiera lo que se le enfrió la nariz y los dedos, ni empapado los pelos y los besos, ni lo que esperó en esquinas o simplemente lo que le hizo al tiempo cuando se paraba en cualquier calle o escaparate para jugar a jugar y a revolcar palabras para preludiar un beso, otro, mojado, soleado o au Nutella et coco. Todo eso era imposible de compartir, era esa canción que a su vez era esa ciudad que a su vez era su sueño, que a su vez es...

Ahora que París ya no gastaba sus zapatos, ahora que el dolor por la consciencia de lo dejado atrás se escuchaba por la izquierda como un tren de metro abarrotado de recuerdos y de formule midi au Tirebouchon después de desayunar y cenar sin comer nada, Lucas necesitaba a París más que nunca. Por eso esta noche con Bill Swan, Johnny Carter, Bill Evans, todos los tejados forrados de aluminio que tantas veces miraron desde el poyete que ocupaban ilegalmente en el Sacre-Coeur. Por eso necesitaba y no quería aceptar.

A Lucas le perteneció París entero, su París. No aceptó la distancia, y tal vez París no estaba tan lejos, tal vez sólo unas horas y volverían a escuchar esas notas, esas canciones de amor en las que no hay más palabras que en los títulos, y las nuestras.

Bill Evans, The Paris Concert