miércoles, 9 de junio de 2010

Lucas, sus desafios al tiempo


Lucas vivía contra el tiempo. Pasaba los días intentando pensar que no pasaban, pasaba las horas despreciándolas, viviendo en otro ritmo que no era el de los relojes. Pero aún así, a pesar de sus empeños al llegar la noche sin casi percatarse, miraba la hora antes de acostarse y las revelaciones de un reloj descorazonado le robaban la última sonrisa para entregarse a una leve preocupación del tiempo. En la cama se daba cuenta que el tiempo pasaba más de lo que debería, que las noches tiraban muy hacia dentro sin que nada hubiese empujado, que sus ojos se abrían soñolientos sin motivo aparente, y todo por culpa de ese reloj.

Lucas se metió una noche más a la cama, se cubrió tímidamente con la sabana, y alargo el brazo para ver el reloj. Nunca llegó a él, un brazo se le posó en la cintura, sintió que algo se acurrucaba en su espalda y le susurraba aliento al cuello. Con el brazo a medio camino, extendido y suspendido en un aire entre la eternidad y la fugacidad, retrocedió hasta alcanzar ese brazo. Se dio media vuelta, miró esa cosa que estaba acurrucada, sonrió porque sonreía, la abrazó porque le abrazaba, la quiso porque le quería y la amó porque le amaba.

En esa noche su brazo se quedó con la eternidad, y el tiempo se quedó como un verdugo en un campo de margaritas. Esa noche Lucas no tuvo leves preocupaciones, solo vio que afuera era de noche, la luna insinuaba lo que empezaba a creer y que allí estaba a salvo del tiempo.


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