sábado, 3 de abril de 2010

Lucas, a fuego lento



Lucas amaba la cocina. Le encantaba enfrontarse a la comida y hacer de una necesidad un placer. Comer, beber, amar. Mezclar, frotar, calentar, especiar, aliñar, cocer, probar. Pero descubrió que cuando esa necesidad se convierte en placer, la prisa queda atrás, el hambre espera, y se cocina a fuego lento. Es tanto el placer del camino, como el llegar al destino, que nunca es más que otra parada en el viaje. Siempre habrá un menú siguiente, y volver a empezar.


De todo esto Lucas se dio cuenta ese día en el que tenía toda la noche por delante, el hambre podía esperar, y decidieron cocinar a fuego lento. Saborearon cada estado, cada nueva textura, cada nuevo sabor, cada paso en la receta. Se probaron crudos, a medio hacer, y en el punto. Sin sal, siempre sin sal, pero sí con curry, leche de coco, miel y vinagre de Módena, confitura de frutos rojos, orégano, basílico, canela, menta, anís estrellado, y vainilla. Todo sin remover, cuando se cocina a fuego lento, los ingredientes se adentran hasta el poro más profundo, llenándolo de sabor, de olor, y color. Estaban llenos de color, azul del té y mi camisa, amarillo del curry y de tu camisa, naranja de la zanahoria, blanco del arroz, tostado del jengibre, y marrón de la canela. Pero también rojo, sobre todo rojo, que no sabíamos de donde salía, pero que se quedaba en nuestros labios.

Descubrió que el placer de cocinar a veces supera el placer de comer, y que incluso quita el hambre. Y el sueño.

http://www.youtube.com/watch?v=QbGUrB0iFnc

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