domingo, 14 de marzo de 2010

Lucas, sus manos


Lucas se quedó mirando sus manos. Tampoco tenían nada del otro mundo. Lucas siempre se había preguntado, por otra parte, a qué mundo se refería con eso de otro mundo. Se miraba las manos iluminadas por una luz tenue, una luz que no las desnudaba frene a sus ojos. Simplemente las sugería para que su mirada paseara en ese momento por los juegos de sombras que la pequeña lucecita dibujaba. Lucas dirigía una mirada que pocas veces había lanzado, una mirada que preguntaba a sus dedos sobre tantas cosas. Y unos dedos que se escondían entre sus propias sombras.

Pronto dejó la conversación con sus manos, pronto miraba los dedos sin mirarlos, mientras sentía que tantas cosas habían empezado por esas manos, y esos dedos, y esa piel que dibuja circulitos en las yemas.

Ese día en que decidió alargar la mano, abrir los dedos, y coger por primera vez eso que debía ser ese otro mundo que en realidad era el mundo de ahora, pero que por entonces acababa de conocer. Un niño recién nacido tocando por primera vez el otro mundo. Ese día en el que llevándose a la boca cualquier cosa con una mínima opción de entrar en su boca desdentada, mordió sus dedos, quedando sorprendido de la humedad de una boca caliente en la piel arrugada y sensible de sus dedos. Ese día en el que por primera vez consiguió sentir en sus dedos que dirigía a través de lo que sentía, que apretaba las teclas de un piano y que las controlaba según la presión en sus dedos, que cogía un lápiz (siempre le habían gustado más que los bolígrafos) y que lo llevaba por donde quería y decía lo que los dedos le pedían.

Pero también había eso que no le dejaba ver ahora los dedos, ni tan siquiera un poco iluminados juguetonamente. Y es que recuerda también ese día en el que decidió alargar la mano, abrir los dedos, y tocar por primera vez tu desnudez. Un niño recién nacido tocando por primera vez otro mundo que no era este, pero al que le gustaba desde entonces escapar. Ese día en el que dibujando tu boca, jugando con tus labios, tus dientes con tu lengua mordieron sus dedos, quedando sorprendido por la humedad de una boca caliente y jadeante que no era la suya. Y sobre todo, ese día en el que por primera vez consiguió sentir que dirigía sus dedos a través de lo que sentía, que te apretaba y acariciaba y sentía que te escribía deslizando sus dedos por tus contornos igual de juguetonamente iluminados que veía ahora sus manos. La única diferencia es que antes los llevaba por donde quería y decían lo que los dedos pedían. Ahora los llevaba por donde tu piel les pedía, y decían una y otra vez eso que tan tonto sería intentar explicar.

Lucas salió al fin de su ensimismamiento. Pensó que al fin y al cabo uno no se queda mirando sus manos así porque sí. Algo del otro mundo debían de tener. Tal vez te tenían a ti, y eso era el otro mundo que tantas veces le había intrigado. Apagó la luz, se metió de nuevo en la cama, y sus dedos volvieron a tus labios.

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