sábado, 13 de marzo de 2010

Lucas, sus hasta luego


Lucas siempre empezaba por él. Esta vez también lo hizo, pero decidió que después de lo que había estado viviendo estos días esto debía cambiar.

Volvió a empezar y esta vez fuisteis vosotros los primeros. Suelen decir que en la ausencia es cuando realmente uno se da cuenta de lo importante que son ciertas personas en la vida de alguien. Lucas no podía terminar de estar de acuerdo con eso. En la ausencia, las presencias se meten en su vida para no dejarla quieta y no le dejan mirar demasiado atrás. Afortunadamente Lucas vivía de las presencias, y no de las ausencias ni de recuerdos. Había sido capaz de vivir de lo que tenía, de lo que deseaba, e incluso de lo que soñaba con tener algún día, pero no de lo que tuvo, o lo que estaba teniendo hasta el momento de las ausencias. Esto fue muy importante.

Lucas nunca se conformó con poco, el derecho a la pataleta le parecía un derecho fundamental, y siempre le gustó pedirse lo imposible. Por eso nunca se conformó con él, y os quiso a todos para poder disfrutar de sus cosas, que también eran vuestras cosas, porque le gustaba compartirlas. Por eso, nunca supo decir un hasta luego sin sentirse mal. No por la ausencia, sino por la presencia. No le angustiaba no veros, le angustiaba dejar de veros. Parece lo mismo, pero para Lucas no lo era. El momento de renunciar era el que podía con él. Renunciar a una presencia le era imposible, en cambio asumir una ausencia estaba hecho. Por eso no estaba de acuerdo del todo con que uno se da cuenta de lo que aprecia una persona en su ausencia.

Lucas se dio cuenta el día que estaba sentado en unos sillones azules de aeropuerto, entre padre madre y hermana, y mientras revisaban horas y billetes, prometían acuses de llegadas sanos y salvo, deseaban suerte y felicidad (además de salud, como no…padres), sentía ya esa distancia de turbina de avión, y tenía que aceptar que se iban a subir, y que les iba a perder de vista por un arco de seguridad y cantidad de cabezas que no conocía, aunque hay que decir también que la cabeza del padre era difícil de ocultar, demasiado arriba apuntaba. No veía el momento de dejar de mirar, no veía lógico no ponerse de puntillas para arañas unos segundos más de vosotros, y cuando sus ojos no veían sintió que quería cerrarlos, y no creerlos. Al fin dio la vuelta, y tuvo que volver triste hasta la presencia.

Llegó en 20 minutos, nada grave, con una barba de mayorón y una sonrisa de esas que salen sin querer, Lucas sonrió con una risa de esas que le hacen sentirse tonto pero que incluso le gusta sentirte tonto. Él y Lucas tenían mucho que contarse, mucho que disfrutar, y mucho que añadir al baúl de los momentos rememorables. Nada de recuerdos, rememoraciones. Le encantaba ver cómo tirabas al metro como si supiese dónde ibas, aunque en realidad no tenias ni idea, y las veces que os equivocasteis, os pasasteis etc., por estar en otras cosas que nada tenían que ver con el metro y sus paradas. Hay veces que no hay por qué decir más, simplemente que por algo toda distancia entre ellos, entre su forma de ser, entre sus opiniones, entre sus vidas, nada puede hacer para vencer sus ganas de compartir y su…no voy a decir la palabra, porque se queda tonta. Luego vino el mismo aeropuerto, el mismo arco y las ganas de no dejar de mirar. No hubo más remedio, y tu dedo alzado como un césar en el circo perdonando la vida al gladiador puso punto final a tu presencia. La tristeza volvió, pero duró hasta llegar de nuevo a Saint-Michael.

Ahí estabais vosotros. Fuiste como una revelación para todo esto que le venía ahora a la cabeza a Lucas. Vuestra ausencia la verdad que no la notó demasiado, ya sabéis que esto cubría a Lucas. Pero con ese crêpe, y vuestras tonterías, bueno, las de los 3, le llenasteis la cara de sonrisas a Lucas. Y no sólo el crêpe, sino el sentirse tan bien haciendo cualquier cosa, un partido de futbol, cocinando, recibiendo un puro por hervir la pasta como no toca, Versailles, el cerdo, y sobre todo vosotros, fue tan difícil luego irse de Porte Maillot. De volver a casa y recoger el colxón, dejar el De bleu, el Txiki, y la felicidad que contagiáis.

Y tú, que haces que las 11 sea la hora ideal para esperar si sabes que al final va a llegar. Y los ojos de memoria. Al final un autobús le tuvo que raptar.


A Lucas no le duele que ahora no estéis, le dolió dejar de veros y cortar la última sonrisa o el último abrazo, la última mirada. Pero también hay que decir que si ahora a Lucas no le duele que no estéis, es porque sabe que volveréis a estar, que padre madre y hermana (también hermano que se descolgó por esta vez) le volverán a dar un abrazo de padre madre y hermana (también el hermano, aunque es más difícil de abrazar, y yo no él, sino por Lucas); que el de la barba le quedan muchos cafés de tarde con Lucas, y que ya puede llover, para algo no os gustan los paraguas, y la cosa no va a cambiar; que vosotros tenéis una de las relaciones más sanas y contagiosamente felices que Lucas conoce, y que cuando vuelva sabe que no se va a escapar, caerá malo de felicidad con vosotros cerca; y tú, tenéis demasiadas no promesas como para no saber esperar.

Lucas os sabe apreciar bastante más en vuestra presencia que en vuestra ausencia, y por eso, esta vez empieza y termina por vosotros. Cuando estáis lo nota, y no sabe renunciar, por eso esta pataleta.

2 comentarios:

  1. ese cerdo-gremling-vaca nos marc´o a todos...

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  2. Sin duda no es lo mismo, no ver a alguién que dejar de ver. Tal vez por ello, al igual que Lucas, no me gustan los "hasta luego" siquiera, ni tampoco las bienvenidas, por que uno para determinadas personas nunca vine y nunca me iré, simplemente estaré siempre ahí, en la ausencia o la presencia, y siempre en el recuerdo.
    No obstante, mi pataleta final, por que también me gusta compartir cosas, momentos, sensaciones... y aprecio mucho más la presencia.

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