viernes, 5 de febrero de 2010

Lucas, sus hipótesis de cómo fue II



Muchas veces me había contado esa historia, pero nunca era igual. Supongo que cuando se siente tan intensamente todo pierde el sentido, la forma, el color, el tiempo y el sitio, incluso el nombre de lo que era, para convertirse en esos ojos que miran quién sabe dónde cuando explica la historia.

Lucas me volvió a contar la historia de su amor esta noche. Esta vez fue “All mine” al piano de Bill Evans el que lo llevo hasta la ventana. El piano y el contrabajo peleaban para adjudicarse la primera nota, luego venía la pelea de las manos de Bill para ver si tocaban jazz o a Debussy y Ravel, pero todos pararon para ver la pelea de Lucas con su corazón, y esos ojos. Todo empezó quién sabe cuándo, porque estas cosas que no se sabe cuando acaban tampoco se sabe cuando empiezan.

Lucas y tú andabais hacia el adiós, pero como se anda cuando lo que no se quiere es llegar. Sabíais por donde pasabais, pero no lo queríais saber. Hacía frío, pero tampoco lo queríais sentir. Simplemente llovían unas palabras, tan medidas y comedidas que desligarlas y hacerlas libres y sensibles os enredaba en miradas y muecas y sonrisas. Os empeñabais en decir “solo quiero…” cuando queríais decir “lo quiero todo”. En decir “lo comprendo”, cuando queríais decir “no puedo ni quiero entenderlo”. En dar por terminada una conversación por decencia cuando os moríais por qué los labios no se silenciasen.

A la tercera entrada de “All mine” Lucas dijo que el piano le ganaba al contrabajo. Finalmente, el adiós llegó. Llevabais como veinte minutos de pie, Lucas frente a ti. Las palabras habían fracasado, y los ojos no podían más. La boca exhalaba vaho sin ganas de sonrisas. Lucas se lanzó a dar dos besos sin besar, sino buscando el vértice de unión de tus labios con los suyos. Fue un juego lento, otro más. De mejilla a mejilla pasaron ocho latidos. Cuando al final sus labios dejaron de rozar tu mejilla, su cara se quedó a tu lado. No pudo apartarla del calor que desprendía tu cuello, y se quedó mirándolo. Poco a poco, con lástima, su cara orbitó alrededor de tus ojos, hasta tenerlos delante de nuevo. No se atrevió a mirarlos hasta otros latidos más después, y cuando los miró no pudo hacer más que abrazarte, perderlos de vista y volver al cuello, a ese calor que lo apartaba de todo, y le quitaban las ganas de palabras. Tus ojos le quemaban. Te dijo que no le mirases así que esa carita le mataba. Tú le dijiste que no mintiese, que sabía que le encantaba.

Como una revelación, de nuevo abandonó el cuello, para entregarse otra vez a esos ojos. Quería comprobar si realmente le atontaban o le abatían. Los miró, una infinitud de latidos, y los ojos cada vez más cerca, y más... Pensó que se dormía, que le costaba mirar los ojos, que los perdía y desaparecían. Finalmente dejó de verlos, pero no pensó más. Tampoco se asustó.

El jazz no ganó a Ravel ni a Debussy, dijo Lucas, se cogieron de las manos de Bill y se mezclaron sin saber quién era quién. Tus ojos no habían desaparecido. Lucas había cerrado los ojos, y vuestros labios se mezclaban. Se preguntaba por qué tus ojos, por qué no los tenía delante, y notaba una tibieza carnosa en sus labios. Le quitaban las ganas de palabras de nuevo, pero no sabía el qué.

La duda como siempre dejo paso a la pasión. Lucas tuvo que apretar los ojos para no llorar, para no ver los tuyos de tan cerca que debían estar, y mientras, los labios jugaban a Bill y el jazz. Pusiste una mano en su espalda, un abrazo que no lo era, y un beso que no tan solo lo era.

Lucas perdió la cuenta de latidos, casi se le paró el corazón. Tampoco recuerda muy bien como fue, pero de repente el beso desapareció y se vio abrazado a ti, apretando, odiando y queriendo a la vez, porque uno solo no bastaba para explicar eso.

Después de esto solo recuerda que a tu media vuelta para marchar, tuvo que mirar abajo, y subir la cabeza una vez habías desaparecido. Se fue andando, como se anda cuando lo que no se quiere es marchar. No quiso mirar atrás, solo quiso el frio en su cara, en su pecho, en sus manos, en sus labios. Se perdió, aunque en realidad hacía mucho tiempo que lo había hecho. Encontró una plaza conocida y el frio le hizo llegar a casa.

Lucas terminó su historia sentado alrededor de la mesa. Miraba la crema labial que llevaba en la mano. Yo debía saber que esa historia era falsa, pero entonces Lucas pasó la manga por sus labios. Esta noche tuve mis dudas. Tú y tu nombre sin nombrar. Pero cuando se siente tan intensamente…La historia que me contó era que el corazón esta vez le ganó a Lucas, y ya no quedaban más batallas por librar.

1 comentario:

  1. No creo que leas este comentario y probablemente no te acuerdes mucho de mí, pero necesitaba decirte que es lo mejor que he leído en mucho tiempo. Un saludo desde Valencia.

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