viernes, 11 de diciembre de 2009

Lucas, sus conciertos de Ravel


Lucas estuvo como 3 horas viendo su nombre escrito en una hoja. Y eso le bastó para echarse 3 horas viajando por la memoria, lejos de la hoja, y su nombre. Nada lo mantenía en este mundo que tan poco le gusta. Solamente estaba sentado en el sofá de su apartamento, escuchando Ravel, pero sintiendo, viendo, soñando, viviendo, sufriendo, disfrutando y pisando charcos en otro tiempo y otros mundos.

A los 5 minutos de estar frente su nombre, Lucas salió a la noche de Paris, una noche cualquiera de esta ciudad en la que llueve durante 5 minutos, y lo empapa todo, y para, esperando a que Lucas salga y las gotas sigan cayendo para recordarle que el tiempo ahora se mide en gotas, y Lucas sale perseguido por su reflejo en los pequeños charcos de la calle, y persiguiendo reflejos extraños que no sabe muy bien si son de luz o de música.

Después de perderse, subirse a un metro cualquiera, y bajarse en Saint-Michel para buscar el consuelo del Sena, Lucas se decidió por la isla de la Cité, sentarse en la punta como un mascarón. Cruzó el Pont Neuf por la parte de la Rue Dauphine, y se dirigió hacia su rincón. Pero esta vez no lo encontró virgen como siempre. No reconoció su rostro, su nombre no lo conocía, puede que estuviese escuchando también a Ravel, puede que estuviese flotando entre el clarinete, la flauta y el piano por el vértice de la Isla de la Cité.

Lucas se acercó dando pasos llevando el tiempo delicado de la mano izquierda del piano. Al llegar al lado se sentó sin decir una palabra, y dirigió su mirada hacia el mismo punto donde descansaba la suya. Ella se giró, le miró con curiosidad y volvió a mirar hacia el Pont des Arts. En el momento en el que Ravel hizo sonar la flauta Lucas habló:

− ¿Ravel, o una soga con un cuello a un extremo y una piedra al otro para un final melodramático?

− Hasta hace un instante había una piedra que me tiraba hacia el fondo, pero Ravel acudió a tiempo.

− Hay que fastidiarse con la música. Tan a gusto que nadamos por nuestras aguas profundas, sintiendo que no hacemos pie, sintiendo que el agua nos roba el calor, y viene Ravel a sacarnos, tendernos aquí para broncearnos de luna y envolvernos con esta toalla de corcheas de piano.

− Ravel nunca defrauda, estoy de acuerdo, pero no creo que te sientas cómodo sin hacer pie. Piénsalo. Simplemente que solo hay una playa, sin bosque ni ciudad detrás, y un mar delante, esponjoso y profundo, y entonces nos metemos porque nos da miedo dejar nuestras pisadas en la arena. Tememos miedo a dibujar nosotros lo que hay debajo de nuestros pies, tenemos miedo a mirar atrás y ver que antes andábamos con pasos más cortos, o que había otras huellas que se cruzaban con las nuestras. Preferimos meternos, que el agua nos ponga en la suela del pie lo que ella desee, y ver lo mismo en todas las direcciones, ni antes, ni después ni ahora, todo un azul esponjoso y profundo, con olor a sal. Y por eso estamos aquí, y por eso Ravel…

− Sin embargo la arena nos quema.

− Y el agua nos roba el calor.

Lucas seguía mirando el Pont des Arts, y ella también. Pasaron un par de minutos en silencio, simplemente mirando, pero Lucas volvió a hablar.

− Una cosa está clara, preferimos la barca de Ravel. No dejamos huellas, pero no nos hundimos. Ahora solo falta una dirección, un sol que amanezca y se ponga, una estrella hacia la que remar.

− Creo que te equivocas de nuevo. Es cierto que preferimos la barca, pero cuando nos vemos solos en la barca remamos como locos hacia la playa. Es un ir y venir, nos asustamos de nuestro rastro, pero también de nosotros mismos, y buscamos la referencia de nuestras huellas. Pero ahora es diferente.

− Ravel nos acaba de subir a la barca, no entiendo por qué es diferente.

− Tú mismo lo acabas de decir, nos acaba de subir, a los dos. Estamos de nuevo en la barca, pero ahora somos dos. Y no buscamos la playa, nos dan igual los pasos dados. Y ya no buscamos una dirección, no queremos los remos. ¿Dónde quieres ir?

− Donde no tema mirar atrás.

− Cuando estás solo en la barca, el miedo a mirarte a ti mismo te hace volver como un loco. Ahora no todos los lados son iguales, no en todos los lados está la nada, no tienes por qué mirarte. Habrá un lado en el que me encontrarás. Ya no hace falta remar, ni volver, ni una dirección. La dirección era el Pont des Arts, y lo tienes aquí, los dos vinimos buscándolo. Ahora puedes mirar hacia donde quieras sin miedo, siempre voy a estar en un lado, siempre puedes volver a este lado. Deja que el agua nos lleve. El sol seguirá saliendo, y seguirá poniéndose, por encima de notros habrá muchas estrellas, y no tendremos que elegir ninguna, ni tampoco rechazar ninguna. Deja los remos.

Las gotas siguieron contando el tiempo.

− ¿Cómo te llamas?

− Y eso que importa, deja ya de buscar. Hemos llegado.

Lucas dejó los remos, el concierto de piano sonó durante 2 horas largas pero finalmente Lucas vio de nuevo su nombre en el papel. Los últimos acordes del concierto llegaban por última vez, pero este final era distinto. En la hoja no había el nombre que había escrito con agua blanca por todos los lados. Lucas no estaba solo, había otro nombre…

1 comentario:

  1. Habrá un lado en el que siempre encontrarás alguién en este mundo poliédrico, que por extraño que nos parezca siempre hay una cara a la que acudir y mirar, compartir y disfrutar.

    Da igual la arena por la que pises, por miedo que te den las huellas, su rastro... los vientos del tiempo las borrarán.

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