lunes, 13 de enero de 2014

Lucas, sus juegos locos



Lucas me contó que se le había ocurrido un juego loco. La verdad que ese día lo vi divertido y sonriente. Al vernos donde siempre, sin mediar palabra, me sentó, pidió al camarero de siempre lo de siempre, sin preguntarme acaso si había cambiado de opción, y empezó con su historia. Empezó a largarme la historia como quien coge una libreta para anotar sus pensamientos, pero me di cuenta de eso una vez empezada, y la verdad que ni se me ocurrió decir ni una palabra.

La cosa trataba de crearse un personaje. Todo empezada eligiendo un librito que seria como el libro fundacional. Leería compulsivamente al autor, subrayaría los pasajes más importantes, retendría y asumiría sus obsesiones. Le daría un repaso a la biografía del autor por si le servía de inspiración en algún momento.

Tendría que renombrar todas las cosas, me dijo de repente, después de una tregua de 20 segundos. Debería empezar por el nombre: Un Tal Lucas, concluyó. Y así hizo con todo. Las ciudades se convirtieron en lados, los libros en libritos, por grandes que fuesen. Las palabras en perras negras. Las dudas, en ríos metafísicos, el metro en paréntesis en el tiempo.

Compraría decenas de libritos, de sus libritos. Tendría un estante lleno de ellos, todos con una primera plana en blanco. Y los iría regalando a cada buen amigo que hiciese, como prueba de confianza y gratitud, con la primera página garabateada. Gastaría unos 5 minutos explicando el por qué precisamente de ese librito, les enseñaría siempre su página favorita, entonces le mirarían y le dirían: sí, eres tú. Y él sonreiría agradecido y satisfecho.

Haría una lista de autores que su personaje idolatraba, e iría siempre dejándose ver por ahí con libritos de los autores de la lista. Lo mismo debería hacer con la música. Incluso al escribir, usaría su forma, sus giros: escribiría apócrifos.

Nada sería un azar, todo tendría un por qué. ¿Por qué llevar abrigo y no chaqueta? ¿Por qué llevar cuellos vueltos? ¿Por qué dejar pasar las horas de la noche? ¿Por qué desear ciertos labios rojos como paréntesis que encierran un beso posible? Tal vez debí de poner cara de entender, porque terminó la frase y dejó de hablar. Se le perdió la mirada, miraba el techo, o la pared de enfrente, quién sabe. Ni él mismo supongo que hubiese sabido responder. Y cuando pasó el tiempo suficiente, me atreví a hablarle por primera vez. 


Lucas, a ti no te gusta vivir, te gusta jugar. Y sospecho que algo de esto haces.

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