“Lo que sabemos todos –concluyó otro- es
que uno vive solo, deseando encuentros imposibles”.
Adolfo Bioy Casares, La
tarde de un fauno.
Lucas conoció una vez una chica, casi ya
una mujer. Él removía con mirada perdida y gesto inconsciente el café ya frío
que tenía delante. Estaba en la barra de su cafetería preferida, releyendo en
la memoria sus momentos favoritos, imaginando cumplidos sus deseos más
inmediatos.
−Vas a marear el café.
Lucas buscó la boca que le salvó. Labios
rojos, sin colorantes. Sonrisa sincera. Subió un poco y se estremeció al ver
esos ojos clavados en él, sin mucho interés pero como distraídos y convencidos.
El pelo me dijo que lo dejaba a mi imaginación: siempre lo imaginé largo hasta
los hombros, rizado, como de lino, pero todo echado hacia un lado. Nunca sabré. Lucas sonrió.
−Sí,
seguro…−Nunca supo reaccionar de primeras−. Siempre se queda un poso frío y
mareado.
Lucas le volvió a sonreír casi fugazmente y
volvió a mirar enfrente, esperando volver a su ensimismamiento. Esta vez más
como medida defensiva que como estado natural de su mente. Su exagerada timidez
le pedía esconder su intimidad de la conversación de esa chica. Pero ella
insistió.
−¿Vives
por aquí? Te he visto varias veces remover los cafés.
−No,
bueno…en realidad trabajo por aquí. Cuando tengo un momento vengo a esconderme.
−¿Esconderte?
–Se sorprendió ella.
−Bueno,
era una forma de hablar.
−Pero si
es verdad que siempre te he visto solo.
Lucas enmudeció. No le iban bien estas
conversaciones en las que se delataba sin querer. Agachó la cabeza con media
sonrisa y dejó pasar unos segundos. Luego se volvió hacia ella.
−¿Sueles
venir por aquí también?
−Bueno,
vivo por aquí.
−¿Y cómo
es que también estás sola? –Replicó Lucas con un amago de travesura.
−Acabo
de dejarlo con mi pareja… no me apetecía estar en casa.
−Vaya…lo
siento mucho. –A Lucas le pilló de improviso tanta sinceridad, y se arrepintió
enseguida de haber hecho esa pregunta. Siempre le sucedía lo mismo. Tan pronto
se soltaba en la conversación metía la pata.
−Bueno, tampoco hay mucho que sentir. –Contestó
ella con media sonrisa resignada en los labios−. Estaba acabada desde hace
tiempo, y la verdad que ninguno de los dos teníamos ni esperanzas ni ganas de
mejorarlo.
Lucas no sabía que decir. No fue nunca buen
consejero, y no había cosa que le repatease más que las frases hechas en esos
momentos. No le pareció muy caballeroso usarlas con ella, aunque en esos momentos
parecía que fuesen su única salvación.
−Estando
donde estamos, te puedo recomendar un par de libritos muy reconfortantes, es lo
más que te puedo decir. La verdad que hace poco pasé por ahí, y te sacan de un
aprieto. –Se ofreció.
Lucas se sorprendió de lo bien que salió de la
situación. Ella sonrió de nuevo.
−Eso hago aquí. −y sacó del bolso Historias de amor, de Adolfo Bioy Casares, y le mostró la portada.
−Eso hago aquí. −y sacó del bolso Historias de amor, de Adolfo Bioy Casares, y le mostró la portada.
Lucas se sintió de repente desarmado. No le
quiso decir que ese era uno de los que iba a recomendarle, estaba convencido de
que ya lo sabía.
−¿Sabes?
Soy propenso a negar las conversaciones espontáneas, pero me empieza a
interesar esta.
−¿Enserio?
–Rió ella− Entonces sigamos, ¿Qué te pasó a ti?
−Touché. La verdad que no fue exactamente
lo que a ti. Lo nuestro no terminó, pero la verdad que no sé si será una “obra”
inacabada. No funcionaba bien.
−Por
cierto, no sé tu nombre.
−Perdona,
me llamo Lucas, o eso prefiero pensar. ¿Y tú?
−Chloé.
−¡Vaya!
¿Tus padres son franceses?. Perdona la indiscreción, pero no tienes nada de
acento.
−No, que va. Es que simplemente prefiero pensar
que me llamo así.
Llevaban poco más de 2 minutos hablando, pero a
Lucas le parecía una chica del todo irreal. Me contó que era una chica
preciosa, pero que no podría encontrar ninguna fotografía que hiciese justicia con su
belleza. Sus gestos, los movimientos de las manos, cómo miraba, cómo achinaba
los ojos cuando reía, su sonrisa, la
manera de pronunciar, la manera de colocarse el pelo, incluso el perfume
que llevaba, tenían un efecto embriagador en él.
−Tengo la impresión que ahora debería encontrar
el tema acertado, uno de esos profundos, y ponerme a soltar parrafadas muy
sesudas que sientan cátedra, sobre qué sé yo, el azar o el destino, o el amor
mismo, como en las películas de Aristarain, pero la verdad, te tengo aquí
delante y solo pienso en estupideces y sonrío un poco tontamente.
−Me divierte tenerte así. –dijo Chloé−. Parece
que te incomodan las mujeres.
−La verdad que no tengo ningún problema con las
mujeres. Me dan en general bastante igual. El problema lo tengo con las mujeres
que me gustan, que son bien pocas, pero hace unos minutos me has empezado a
hablar y... Tampoco quiero decir que me gustes, ni que tenga un problema ahora,
pero te agradecería que me echases una mano y me ayudases a salir de este
aprieto. –Lucas empezaba a enrojecer−.
−No te preocupes, estás encantador con esos
colores y esa timidez. No haces el ridículo. –Intentó tranquilizar a Lucas,
aunque el efecto fuese más bien el contrario−.
−En fin –Lucas intentó darle un vuelco a la
conversación−, si no tienes planes, mi café está ya frío, y había pensado en ir
al cine.
−Bueno, ¿porqué no?
Lucas se quedó pensativo, pasaron unos segundos,
y de repente se sinceró.
−En realidad no lo tenía pensado, y tampoco
estoy seguro de si es muy buena idea. En el cine no se puede hablar, y además,
podríamos llevarnos una decepción a la hora de elegir la película. Te propongo
otra cosa.
−Soy todo oídos.
−Cuando no tengo ganas de nada, voy a la planta
de hogar del Corte Inglés y me dedico a probar todas las camas, sillones, y
sillas que hay, es muy relajante, solo hay que aguantar alguna mirada
reprobatoria de los dependientes. Además, ordeno todos los libros de adorno que
hay en las estanterías expuestas, no soporto ver los volúmenes dejados caer tan
a la ligera. Igual ponen a Maxim Huerta al lado de Salinger, o a García Márquez
al lado de Dan Brown. Podría ser divertido.
−Parece un plan genial. Solo pongo una condición
–advirtió Chloé−. Luego bajamos a la sección de música a probar los pianos.
Siempre que cuento esta historia, aunque en un
primer momento tuve mis dudas, termino convencido de que Lucas se la inventó. Siempre
anda con esos libritos de historias entre las manos, y estoy seguro que mezcló
lo que más le convenció de cada una con la intención de impresionarme con sus
ligues. Pero sé como es Lucas, y sé que en algún momento a esta chica la conoció.
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