sábado, 21 de diciembre de 2013

Lucas, sus desarmes



“Lo que sabemos todos –concluyó otro- es que uno vive solo, deseando encuentros imposibles”.
Adolfo Bioy Casares, La tarde de un fauno.

Lucas conoció una vez una chica, casi ya una mujer. Él removía con mirada perdida y gesto inconsciente el café ya frío que tenía delante. Estaba en la barra de su cafetería preferida, releyendo en la memoria sus momentos favoritos, imaginando cumplidos sus deseos más inmediatos.
  Vas a marear el café.
Lucas buscó la boca que le salvó. Labios rojos, sin colorantes. Sonrisa sincera. Subió un poco y se estremeció al ver esos ojos clavados en él, sin mucho interés pero como distraídos y convencidos. El pelo me dijo que lo dejaba a mi imaginación: siempre lo imaginé largo hasta los hombros, rizado, como de lino, pero todo echado hacia un lado. Nunca sabré. Lucas sonrió.
  −Sí, seguro…−Nunca supo reaccionar de primeras−. Siempre se queda un poso frío y mareado.
Lucas le volvió a sonreír casi fugazmente y volvió a mirar enfrente, esperando volver a su ensimismamiento. Esta vez más como medida defensiva que como estado natural de su mente. Su exagerada timidez le pedía esconder su intimidad de la conversación de esa chica. Pero ella insistió.
  −¿Vives por aquí? Te he visto varias veces remover los cafés.
  −No, bueno…en realidad trabajo por aquí. Cuando tengo un momento vengo a esconderme.
  −¿Esconderte? –Se sorprendió ella.
  −Bueno, era una forma de hablar.
  −Pero si es verdad que siempre te he visto solo.
Lucas enmudeció. No le iban bien estas conversaciones en las que se delataba sin querer. Agachó la cabeza con media sonrisa y dejó pasar unos segundos. Luego se volvió hacia ella.
  −¿Sueles venir por aquí también?
  −Bueno, vivo por aquí.
  −¿Y cómo es que también estás sola? –Replicó Lucas con un amago de travesura.
  −Acabo de dejarlo con mi pareja… no me apetecía estar en casa.
  −Vaya…lo siento mucho. –A Lucas le pilló de improviso tanta sinceridad, y se arrepintió enseguida de haber hecho esa pregunta. Siempre le sucedía lo mismo. Tan pronto se soltaba en la conversación metía la pata.

  Bueno, tampoco hay mucho que sentir. –Contestó ella con media sonrisa resignada en los labios−. Estaba acabada desde hace tiempo, y la verdad que ninguno de los dos teníamos ni esperanzas ni ganas de mejorarlo.
Lucas no sabía que decir. No fue nunca buen consejero, y no había cosa que le repatease más que las frases hechas en esos momentos. No le pareció muy caballeroso usarlas con ella, aunque en esos momentos parecía que fuesen su única salvación.
  −Estando donde estamos, te puedo recomendar un par de libritos muy reconfortantes, es lo más que te puedo decir. La verdad que hace poco pasé por ahí, y te sacan de un aprieto. –Se ofreció.
Lucas se sorprendió de lo bien que salió de la situación. Ella sonrió de nuevo.
  −Eso hago aquí. −y sacó del bolso Historias de amor, de Adolfo Bioy Casares, y le mostró la portada.
Lucas se sintió de repente desarmado. No le quiso decir que ese era uno de los que iba a recomendarle, estaba convencido de que ya lo sabía.
 −¿Sabes? Soy propenso a negar las conversaciones espontáneas, pero me empieza a interesar esta.
 −¿Enserio? –Rió ella− Entonces sigamos, ¿Qué te pasó a ti?
 Touché. La verdad que no fue exactamente lo que a ti. Lo nuestro no terminó, pero la verdad que no sé si será una “obra” inacabada. No funcionaba bien.
 −Por cierto, no sé tu nombre.
 −Perdona, me llamo Lucas, o eso prefiero pensar. ¿Y tú?
 −Chloé.
 −¡Vaya! ¿Tus padres son franceses?. Perdona la indiscreción, pero no tienes nada de acento.
−No, que va. Es que simplemente prefiero pensar que me llamo así.
Llevaban poco más de 2 minutos hablando, pero a Lucas le parecía una chica del todo irreal. Me contó que era una chica preciosa, pero que no podría encontrar ninguna fotografía que hiciese justicia con su belleza. Sus gestos, los movimientos de las manos, cómo miraba, cómo achinaba los ojos cuando reía, su sonrisa, la  manera de pronunciar, la manera de colocarse el pelo, incluso el perfume que llevaba, tenían un efecto embriagador en él.
−Tengo la impresión que ahora debería encontrar el tema acertado, uno de esos profundos, y ponerme a soltar parrafadas muy sesudas que sientan cátedra, sobre qué sé yo, el azar o el destino, o el amor mismo, como en las películas de Aristarain, pero la verdad, te tengo aquí delante y solo pienso en estupideces y sonrío un poco tontamente.
−Me divierte tenerte así. –dijo Chloé−. Parece que te incomodan las mujeres.
−La verdad que no tengo ningún problema con las mujeres. Me dan en general bastante igual. El problema lo tengo con las mujeres que me gustan, que son bien pocas, pero hace unos minutos me has empezado a hablar y... Tampoco quiero decir que me gustes, ni que tenga un problema ahora, pero te agradecería que me echases una mano y me ayudases a salir de este aprieto. –Lucas empezaba a enrojecer−.
−No te preocupes, estás encantador con esos colores y esa timidez. No haces el ridículo. –Intentó tranquilizar a Lucas, aunque el efecto fuese más bien el contrario−.
−En fin –Lucas intentó darle un vuelco a la conversación−, si no tienes planes, mi café está ya frío, y había pensado en ir al cine.
−Bueno, ¿porqué no?
Lucas se quedó pensativo, pasaron unos segundos, y de repente se sinceró.
−En realidad no lo tenía pensado, y tampoco estoy seguro de si es muy buena idea. En el cine no se puede hablar, y además, podríamos llevarnos una decepción a la hora de elegir la película. Te propongo otra cosa.
−Soy todo oídos.
−Cuando no tengo ganas de nada, voy a la planta de hogar del Corte Inglés y me dedico a probar todas las camas, sillones, y sillas que hay, es muy relajante, solo hay que aguantar alguna mirada reprobatoria de los dependientes. Además, ordeno todos los libros de adorno que hay en las estanterías expuestas, no soporto ver los volúmenes dejados caer tan a la ligera. Igual ponen a Maxim Huerta al lado de Salinger, o a García Márquez al lado de Dan Brown. Podría ser divertido.
−Parece un plan genial. Solo pongo una condición –advirtió Chloé−. Luego bajamos a la sección de música a probar los pianos.


Siempre que cuento esta historia, aunque en un primer momento tuve mis dudas, termino convencido de que Lucas se la inventó. Siempre anda con esos libritos de historias entre las manos, y estoy seguro que mezcló lo que más le convenció de cada una con la intención de impresionarme con sus ligues. Pero sé como es Lucas, y sé que en algún momento a esta chica la conoció.




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