Lucas
me contó que se le había ocurrido un juego loco. La verdad que ese día lo vi
divertido y sonriente. Al vernos donde siempre, sin mediar palabra, me sentó,
pidió al camarero de siempre lo de siempre, sin preguntarme acaso si había
cambiado de opción, y empezó con su historia. Empezó a largarme la historia
como quien coge una libreta para anotar sus pensamientos, pero me di cuenta de
eso una vez empezada, y la verdad que ni se me ocurrió decir ni una palabra.
La
cosa trataba de crearse un personaje. Todo empezada eligiendo un librito que
seria como el libro fundacional. Leería compulsivamente al autor, subrayaría
los pasajes más importantes, retendría y asumiría sus obsesiones. Le daría un
repaso a la biografía del autor por si le servía de inspiración en algún
momento.
Tendría
que renombrar todas las cosas, me dijo de repente, después de una tregua de 20
segundos. Debería empezar por el nombre: Un Tal Lucas, concluyó. Y así hizo con
todo. Las ciudades se convirtieron en lados, los libros en libritos, por
grandes que fuesen. Las palabras en perras negras. Las dudas, en ríos
metafísicos, el metro en paréntesis en el tiempo.
Compraría
decenas de libritos, de sus libritos. Tendría un estante lleno de ellos, todos
con una primera plana en blanco. Y los iría regalando a cada buen amigo que
hiciese, como prueba de confianza y gratitud, con la primera página
garabateada. Gastaría unos 5 minutos explicando el por qué precisamente de ese
librito, les enseñaría siempre su página favorita, entonces le mirarían y le
dirían: sí, eres tú. Y él sonreiría agradecido y satisfecho.
Haría
una lista de autores que su personaje idolatraba, e iría siempre dejándose ver
por ahí con libritos de los autores de la lista. Lo mismo debería hacer con la
música. Incluso al escribir, usaría su forma, sus giros: escribiría apócrifos.
Nada
sería un azar, todo tendría un por qué. ¿Por qué llevar abrigo y no chaqueta?
¿Por qué llevar cuellos vueltos? ¿Por qué dejar pasar las horas de la noche?
¿Por qué desear ciertos labios rojos como paréntesis que encierran un beso
posible? Tal vez debí de poner cara de entender, porque terminó la frase y dejó
de hablar. Se le perdió la mirada, miraba el techo, o la pared de enfrente,
quién sabe. Ni él mismo supongo que hubiese sabido responder. Y cuando pasó el
tiempo suficiente, me atreví a hablarle por primera vez.
Lucas,
a ti no te gusta vivir, te gusta jugar. Y sospecho que algo de esto haces.