viernes, 27 de agosto de 2010

Luas, sus reflejos de menos


Lucas admiraba a quienes conseguían ser consistentes con sus creencias. Él se sabía incapaz, sabía que creía en un montón de cosas de las que antes o después acababa renegando por pereza, por cobardía, por querer creerlo imposible.

Sus discursos sobra la amistad eran bastante creíbles. No era dejadez lo que le llevaba a no saber ni hacer saber nada de sus amigos, los más queridos. Pensaba en una amistad no del gesto, sino del café compartido, de las complicidades en lo que no hacía falta decir. Y sabía y sentía a sus amigos así.

Sus discursos sobre los viajes, las ganas de exprimir su entorno lejano o desconocido, mezclarse con el otro, los pensaba también cocinados. Sentía que había tenido la suerte de vivir, la valentía de dejarse caer y perder entre lo desconocido para conocer.

Intentaba una filosofía de vida saludable. Intentar acercarse a una chiripa de esas que según Woody Allen te llevan a la felicidad, para intentar tropezar con ella. Intentar ser feliz con las pequeñas cosas.

Había mirado con cuidado, intentado aprender de quien pensaba de referencia para sentirse bien con sus convicciones. Pero así llegó un día una mariposa que parecía salida del lápiz de Tomás, partió algún tiempo lejos, aleteando alegremente, pero no sin antes darle un revolcón a la consistencia de Lucas.

Lucas vio en ella eso que pensaba como amistad. Los cafés reposados, los paseos en bici, las conversaciones sobre lo más insospechable, los baños verdes y con bocata de atún, las cartas que más que cartas eran sonrisas en un sobre y con cita de posdata, y el revolcón al descuido que ella tan bien cuidaba.

Lucas vio en ella eso que creía vivir y aprender. Siempre iba un paso más allá de donde se detenía el último, para asomarse y ver que hay. No había nadie que no mereciese sus palabras y su simpatía, no había una pregunta que se le quedase sin formular, no perdía una ocasión para dejarlo todo y salir, y el revolcón a la valentía que ella tan mal disimulaba.

Lucas vio en ella eso que sentía como felicidad de vivir. Sus libros de biblioteca, su paseos por el Carmen sin destino, sus conciertos a media noche, sus huelgas en el hall, sus blogs de perras, sus cafés imaginados, sus conciertos de misales y oratorios, sus secretos bien guardados, sus conversaciones surrealistas, sus posdatas, sus cartas en blanco y sus felicitaciones a dos semanas. Sus guerras de fotos, sus citas sin confirmar y sin lugar, sus impresiones inocentes, y sobre todo, sus ganas de vivir.

Lucas admiraba a quienes conseguían ser consistentes con sus creencias, y esa mariposa no hacía más que desmontar sus convicciones a base de sonrisas y ganas de seguir, y nunca le fallaban.

“Y qué bonito eso que pensamos como amistad”…y cuanta razón, y cuanto sentía Lucas las saudade de todo esto al ver el reflejo de las farolas en el "carrer Cavallers" de noche.

Suerte Mariposa.

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