“Non, je ne suis jamais seul
Avec ma solitude”
Avec ma solitude”
Georges Moustaki
A Lucas se le comía la
melancolía. No aguantaría mucho más esta rutina que le llenaba de polvo y
suspiros. Andaba como desesperado buscando un «¿cuando nos vemos?». Mientras
eso llegaba se sentaba a hablar con Bill.
– Qué difícil es ser feliz
cuando has conocido la felicidad, Bill.
– Anda va, cómo te gusta
esto de languidecer a base de suspiros y música. Tienes exactamente lo mismo
que cuando la conociste. Te quejas
porque te crees demasiado leído y te escondes en párrafos que no entendiste
para reivindicar un poco más de atención por parte de la felicidad, pero Lucas,
no te equivoques. Tienes a alguien a quien enviarle cartas de amor, tienes
alguien con quien pasar una noche en vela llena de risas por solo 3,45 € el
billete de ida más dietas. Deja de lamentarte.
– Si fuese tan fácil. Son
las malditas cartas de amor lo que me llenan de melancolía. Hace mucho que no
llegan y además, escribir una es envejecer 2 años. Eso sí, creyéndote Neruda o
Bécquer en la era del Whatsapp. He conocido lo que es recitar cartas de amor
sin escribir una letra en el papel, y ganarme un beso, como poco. Esto es tan
difícil como soñar tus sandalias perfectas y salir en busca de ellas para
llevártelas puestas, una en cada pie. Seguro que no las encuentras Bill, seguro
que te vuelves con tus botas a casa con 35 º, y eso te pone de mal humor y un
poco triste. Y todavía más si te levantas todos los días a buscarlas y llegas a
casa, invariablemente también todos los días, con los pies achicharrados.
– Ahí si te sigo. Cuando
sueñas tus sandalias no hay otras que te valgan…
– Deja estar las estúpidas
sandalias…te hablo de la felicidad.
– Te aseguro que aunque no
haya leído todavía la Metamorfosis, sé lo que es una metáfora a gran escala.
– Está bien. Volviendo a
las sandalias, me siento partido en dos. Estoy convencido de un Lucas que
sueña, que absorbe y se alimenta de los discursos de los soñadores de los
libros que lee. Porque no te pienses que leo cualquier cosa, los elijo a pulso.
Es casi como ideología pura. Un libro de
soñador. Este Lucas es el de las cartas de amor, Bill. Este es el que se
enamora y lo convierte todo en una dulce estupidez, llena de fetiches,
complicaciones, de esfuerzos invisibles que lo multiplican todo por tres. Es
por eso que me muevo entre el paraíso y el infierno Bill, aunque las llamas
nunca me quitan de la cabeza el néctar y la ambrosía. Pero hay otro Lucas. Otro
que espera paciente, que renuncia sin lágrimas porque tiene que, que respira hondo cuando algo no le gusta y lo silencia
a base de mirar a otro lado. Y mientras espero, y miro a otro lado ciego a las
renuncias, me lleno de polvo.
Bill calla. Mirar a Lucas
y le ve una mirada enrabietada y dolida por todo lo que ha sido capaz de decir
de él mismo.
– ¿Sabes Bill? –sigue
Lucas. Acabo de decir esto casi como si me hubiese salido un eructo, que no he
sido capaz de prever y que solo he sabido de él una vez se ha hecho evidente
para el oído.
– Lucas, esta noche nos
vamos de risas. No tienes cura. Seguramente tu vida sea de lo más normal que se
conoce, pero debes de ser “el tipo corriente más fuera de lo corriente que
conozco”. Tal vez dentro de una semana, de unos días estás limpio de polvo y
recitando como un loco. Quién sabe…¿Nos vamos?